viernes, 26 de junio de 2009

Frío, neblina, asfalto.

Entre vidrios y sangre el frío me despierta, un gran dolor de cabeza me acelera. Me percato que no estoy en mi cama. Recuerdo mis ultimas acciones, el beso de ella.
Mientras camino hacia lo que parece ser mi carro, admiro el gran árbol amalgamado a él, siento envidia por sus inquilinos, vuelan a donde quieren y nunca lo hacen solos. Regreso a la imagen anterior, me alegra saber que estoy solo en esta experiencia, me alegra haberme despedido, me alegra el calor que ahora invade a mi abdomen, recorriendolo hasta llegar a mis pies. No me importa que el calor venga desde dentro y salga por mis heridas.
La radio de lo que parece ser mi carro todavía alcanza a gritar sus últimas notas, tomo conciencia de lo sucedido. No logro recordar por que estoy ahi, me molesta traer la camisa guinda con rayas blancas, no quiero morir asi.
Lloro y golpeo al maldito arbol, intento correr por auxilio pero las astillas de vidrios en mis rodillas lo impiden. Pienso en ella, tan lejos, quizas con la diferencia de horarios ya esté en la escuela en el viejo continente. Pienso en ellos mis 4, si tan solo tuviera mi celular en la mano, que bello sería despedirme de los 5.
En cuestión de segundos siento que muero, empieza a iluminarse todo, mis ojos se abren de nuevo, me siento adolorido, me duele la cabeza, pero ya no estoy sangrando. Tomo conciencia de mi entorno y estoy en mi cama, en un viernes no muy ameno, me levanto y veo que tengo tiempo suficiente para escribir lo que mi inconciente teme.
Hoy viviré para no morir solo.

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